Conversaciones


Ayer me senté a la mesa con un egipcio y una colombiana para fumar puros. A veces vivir en el sur de California es como vivir en un chiste de los de “entra un gringo, un alemán y un mexicano a un bar…”

Platicamos un poco de todo. Lamentamos los últimos acontecimientos de la política estadounidense y mi amiga colombiana argumentó sus razones para apoyar el no a la paz en su país.

Al egipcio le gusta mucho el box y comentó que el puertorriqueño Orlando Cruz puede hacer historia el próximo sábado cuando se enfrente al británico Terry Flanagan por el título de peso ligero de la Organización Mundial de Boxeo. Y es que, de ganar, Cruz sería el primer campeón de boxeo que es abiertamente homosexual.

Los liberales hemos ‘evolucionado’ en nuestro soporte al movimiento gay en los EE. UU., el presidente Obama y hasta Hillary Clinton dicen haber vivido el mismo proceso. Me hicieron recordar mi ‘evolución’, que narro a continuación.

Alguna vez leí el siguiente argumento:

El matrimonio homosexual debe permitirse siempre y cuando se llame matrimonio homosexual y no simplemente matrimonio. Hay que tolerarlo y ofrecer condiciones de igualdad en todos los sentidos, pero exigir que exista la categoría de “matrimonio homosexual”.

Siendo buen liberal, siempre he apoyado la igualdad de derechos para todos, recuerdo haber pensado: Mientras tengan los mismos derechos no hay problema. Probablemente lo que me hizo cambiar de opinión es otro amigo que hizo pequeños ajustes al texto:

El matrimonio interracial debe permitirse siempre y cuando se llame matrimonio interracial y no simplemente matrimonio. Hay que tolerarlo y ofrecer condiciones de igualdad en todos los sentidos, pero exigir que exista la categoría de “matrimonio interracial ”.

Una vez que uno lo ve así, recuerda a los racistas americanos que pelearon hasta donde pudieron contra lo que hoy se ve como lo más normal del mundo: el matrimonio entre diferentes razas. Usaban los mismos argumentos que hoy usan quienes quieren negar derechos a los homosexuales, decían que el plan de Dios no incluía ese tipo de matrimonios.

La película ‘Loving’ (Amando) actualmente en cartelera, pone el debate en contexto. Narra la historia de amor de Mildred Jeter y Richard Loving. Cuando en 1958 Mildred, de raza negra, resultó embarazada, decidieron ir a Washington para casarse evadiendo el Acta de Integridad Racial de Virginia de 1924, que le prohibía contraer matrimonio con Richard, quien era de raza blanca. Al regresar a Virginia fueron sentenciados a un año de prisión por “haber cohabitado como hombre y mujer, en contra de la paz y la dignidad de la comunidad”. La sentencia fue conmutada por el exilio del estado de Virginia por un período de 25 años… el pleito llegó hasta la Suprema Corte en ¡1967! Cuando se declararon las leyes contra el matrimonio interracial inconstitucionales.

Para dar un poco de contexto a mis dos lectores jóvenes, les tengo que decir que 1967 es el año, no tan lejano, en que los Beatles grabaron ‘El Sargento Pimienta y la Banda de los Corazones Solitarios’.

El vicepresidente electo de Estados Unidos, Mike Pence, fundamentalista furibundo pasó leyes en Virginia, estado del cual es gobernador para permitir la discriminación en el trabajo, vivienda y servicios a homosexuales, usando la bandera de la ‘libertad religiosa’. En México no hace mucho, grandes grupos salieron a marchar contra la igualdad logrando revertir algo de lo que los liberales consideramos como la marcha de la humanidad hacia un futuro mejor.

Los niños de hoy les preguntan a sus abuelos si alguna vez se opusieron al matrimonio interracial, los niños de mañana nos preguntarán si alguna vez nos opusimos al matrimonio homosexual. Ojalá y nuestra respuesta no les haga sentirse avergonzados.






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