Fidel

Este fin de semana me presentaron a Guillermo, un cubano que vive en California. Lo primero que le dije es que se había equivocado de estado, que debería vivir en la Florida como el resto de sus paisanos, que Nueva York es para los puertorriqueños y California es de nosotros, los mexicanos.

Platicamos un buen rato, sobre música y literatura, Alejo Carpentier, Cabrera Infante, Bola de Nieve y Celia Cruz. Yo no quería abordar el tema de la política pero parece que el tema es inevitable. Me dió gusto saber que compartimos nuestra aversión por Trump y por los Republicanos.

Guillermo, como la gran mayoría de los dos millones de hispanos de origen cubano que viven en estos Estados Unidos, detesta a Fidel y a todo lo que tenga que ver con el gobierno cubano y la revolución. Me platicó que vivió la censura en carne propia cuando entraron a su casa a quemar todos sus escritos…

Ya había oído yo de otros cubanoamericanos, historias de abusos de Fidelistas, ésta fue un poco más interesante porque Guillermo es maestro de Filosofía en la universidad donde estudia mi hija.

Lo que me pareció más interesante, y no creo que a Guillermo le gustaría leer mi opinión, es lo que comentó sobre sus padres. Me dijo que ambos, ya fallecidos habían sido Fidelistas hasta la muerte.

Me dijo que había tenido cientos de discusiones con su padre, que nunca le perdonó salir de la Isla. Historia diferente: oír a un cubano en Estados Unidos hablando de Fidelistas en la isla.

Y es que los cubanos en este país no alcanzan a ver la mínima tonalidad de gris en Cuba, todo es absolutamente negro. Cuando alguna vez comenté con otro cubano sobre los cientos de miles que se reunieron en La Habana para rendir homenaje a Castro, a los gritos de “¡Viva Fidel!" y “Yo Soy, Fidel” la respuesta no se hizo esperar: “Todos fueron obligados”.

La logística que implicaría obligar a cientos de miles de personas a rendir tributo a los restos de Fidel parecen descomunales. Y aunque no niego que todo es posible, no puedo dejar de pensar que hay otras razones para el duelo nacional.

Los miles de personas que el aparato político mexicano acarreó al Zócalo para escuchar música y celebrar a la patria, no lograron opacar los gritos de rechazo al presidente. ¿Será que los políticos cubanos son mucho, pero mucho mejores que los mexicanos en el arcano arte del acarreo? Todo es posible pero la explicación que me parece más razonable es la de que hay un sector del pueblo cubano que aún hoy se declara Fidelista.

Y es que la Revolución Cubana no nació en el vacío. La extrema pobreza en nuestras Américas es una llaga que no sana. La falta de acceso a la educación y a la salud y el hambre como forma de vida fueron los detonadores de un sueño que se quedó a medias, la Revolución Cubana falló al no ser capaz de proveer derechos humanos básicos como libertad de expresión y de prensa… pero los gobiernos democráticos del resto del continente fallaron, y siguen fallando al no ser capaces de proveer otro tipo de derechos humanos básicos como salud y educación.


La pregunta sigue ahí: ¿Preferirías que tu hijo creciera en Cuba o en Haití?. La respuesta la deberíamos compartir todos: Preferiría que mi hijo creciera en un México más justo y más próspero, con libertad y oportunidades para todos. Un México donde la salud y la educación estén al alcance de las grandes mayorías.

Los que todavía hoy creemos que es posible un futuro de mayor igualdad, en el que el hambre no exista sino como un mal recuerdo del pasado, creemos que el experimento Cubano es una serie de tonalidades de gris. Otros países deben de aprender de las fallas en la isla pero también de sus éxitos. La falta de libertades en Cuba no debe verse como el fracaso total de la izquierda sino como una lección para una izquierda que promueva libertades básicas sin dejar de lado una justicia social indispensable.

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