La Golosa, Lourdes y la Sin Nombre (Cuento)

la Golosa era su novia, medio novia o algo. Ese sábado estaba empecinada en hacer planes para ir el domingo a Tepito.


Tepito es el barrio bravo por excelencia del Distrito Federal, cuna de grandes boxeadores y amortiguador del consumo de las clases menos privilegiadas, donde se puede encontrar lo mismo que en tiendas caras a una fracción del costo.


-Ándale, gordo, vamos. Quiero unos zapatos de la Abuela Pata y esas cosas se consiguen mucho más baratas en Tepis.


Recordó la experiencia de caminar entre miles y miles y miles de gentes en busca de algo que solamente la Golosa hubiera podido encontrar.


No solo no tenía el más mínimo interés en ir a Tepito sino que no podía olvidar el comentario: «No me acaba de gustar». A él tampoco le acababa de gustar su cuadro, pero no era cosa de andar diciéndolo en voz alta.


En un mundo perfecto, ella se hubiera ido a Tepito todo el domingo y él se hubiera quedado terminando su cuadro, pero los mundos perfectos no existen de manera natural y, bueno, había que buscar pretexto para escaparse de ir a Tepito.


Entre comentarios sarcásticos y muchas cervezas se fue el día, estaba oscureciendo cuando ella dijo «No me voy a quedar a dormir». Pensó en seguir el pleito, pero alcanzó a escucharse a sí mismo decir «Está bien»..


Una vez solo, hizo lo único prudente: abrir otra cerveza…


-Caraja Madre.


Últimamente esa era su frase favorita cuando las cosas no salían como debían. Por todo y para todo… Caraja Madre.


-Vecino, voy a dejar a la Sin Nombre… ¿me acompañas?


La voz de Lourdes golpeando la ventana era inconfundible. Sin tener idea de quién era la Sin Nombre y hasta dónde había que ir a dejarla, se escuchó diciendo:


-Sí, vamos.


La presentación fue rápida, la Sin Nombre seguro tenía algún nombre, pero él no estaba en condiciones de recordarlo. Resultó que Lourdes necesitaba la llave del portón.


-¡Caraja Madre!


-Y tú… ¿Qué traes?


-Las mujeres... todas son iguales... como tú.


Entre repetir Caraja Madre y jugar con el tirante de su vestido, aquello devino en un beso bastante apasionado. En esas estaban cuando regresó Lourdes. La camioneta era un pickup rojo,  bastante grande, Lourdes después de contemplar largamente la escena con una gran sonrisa, emprendió la marcha. Y ahí te van. Lourdes al volante, la Sin Nombre, nuestro héroe y un pedazo grande de pastel.


La ciudad de México, lluvia, noche, destellos de luces de tráfico, pasión y miedo a ser descubiertos. Aquello terminó como tenía que terminar, con betún de pastel en los calzoncillos. El origen del pastel nunca quedó claro. Lourdes ayudó a la Sin Nombre a verse presentable para evitar un drama familiar. Al despedirse quedaron de verse al día siguiente, aquello había que repetirlo. Guardó un cinturón metálico, dorado, que prometió regresar al día siguiente.


De regreso Lourdes hizo varios comentarios a los que respondió con gruñidos: «Caraja Madre».


Amaneció como era de esperarse…. Crudo pero sonriente. Convencido de haber encontrado una nueva faceta en su vida, pensando en un futuro lleno de Sin Nombres que le harían feliz a ratos y nunca lo llevarían a Tepito. Después de un largo baño se puso loción de un frasco que se había estado evaporando por años. Se acicaló la barba y se puso a esperar.


El segundo encuentro resultó un desastre tipo hundimiento del Titanic. La Sin Nombre tenía lo suyo, pero no era ninguna Salma Hayek. Le pareció poco delicado preguntar por su nombre, así que procedieron a quitarse la ropa sin mucha alharaca e iniciaron un ritual de amor que, en el mejor de los casos, podría haber sido descrito como mecánico y, en el peor, como aburrido. La pasión se había quedado en el pickup o había sido lavada por la lluvia de la noche.


La Sin Nombre se retiró como llegó, Sin Nombre. Hizo alarde excesivo de llevarse el cinturón dorado como para dejar bien clara su intención de no regresar nunca.


-Nos vemos pronto.


-Sí, cuando tú quieras.


Había que hablarle a la Golosa, ¿Cómo serían los famosos zapatos de la Abuela Pata?

Comentarios

Entradas populares