No va a caber

¿Cómo que no voy a caber?


En mi defensa tengo que decir que el técnico de la resonancia magnética era lo que en México se conoce como chaparrito y flaquito. La máquina es una especie de dona que toma radiografías y que hace mucho ruido. El técnico, muy propio y muy platicador me debe haber visto como un gigante que ni a los empujones iba a entrar a su máquina.


“¿Y que hace la gente que no cabe? ¿Hay máquinas más grandes?” Mejor no hubiera preguntado, a cada una de mis preguntas respondía con un largo discurso, “No, no hay máquinas más grandes… bla bla… se va a tardar 45 minutos”. Sin haber aprendido, ahí te voy otra vez: “Me dijeron que tardaba 10”. “¿Quien le dijo?” “El internet”... “No crea todo lo que lee en el internet porque bla bla bla bla bla… bla” Alguna otra cosa mencioné, a lo que contestó con otro discurso. Prometí no volver a abrir la boca.


Ahí te voy, no fué la mejor experiencia de mi vida pero sí, entré en la máquina. Una vez dentro me explicó que iba a oír tremendos ruidos y me preguntó si quería tapones para los oídos. Lo que pensé: “¡Hijo de tu pelona y ahora me lo dices!” lo que dije: “No gracias”.


A la resonancia magnética me mandó una doctora gringa después de sufrir lo que los gringos llaman “Palsy” y que en México llamamos “Parálisis facial”. Si normalmente no estoy guapo, con media cara caída estoy de dar miedo. Hasta un videito grabé para hacer botana, sobre todo con mis hijas, un poco con la idea de que no se preocuparan. El deducible de mi seguro en EEUU es más caro que el costo total en México, y como hacía rato que no iba a Tijuana me pareció la excusa ideal.


Hicimos un poco más de dos horas de viaje, la mayor de mis hijas que había pachangueado la noche anterior se las pasó dormida, con la menor no paramos de platicar de mil cosas, la más interesante fue lo que ella llamó “Whitewashing” algo así como “lavado blanco”. Como ella es amante de todo lo japonés, le pregunté si había leído un artículo del New Yorker que le mandé a propósito de la película “Ghost in the Shell: Vigilante del Futuro”. Me dijo estar indignada porque la protagonista, Scarlett Johansson, no es japonesa o siquiera asiática. Me platicó de otras películas en producción con el mismo problema y es que el anime está profundamente arraigado en la idiosincrasia japonesa y requiere de actores japoneses o cuando menos orientales para ser creíble.


Yo recordé películas de Hollywood sobre personajes mexicanos interpretados por actores gringos y ella mencionó lo que me pareció el colmo del absurdo, el Llanero Solitario… ¡El personaje histórico en el que se basa el Llanero Solitario era negro! De esto y muchas otras cosas platiqué con mi hija. Las dos horas se me hicieron cortas.


No más de 10 segundos después de haber cruzado la línea fronteriza, un carrito negro se nos cerró y avanzó delante de nosotros. Yo medio grité: “Déjanos acabar de llegar cabrón” ante las carcajadas de mis hijas. El GPS no funciona tan bien en Tijuana así que tomé la ruta equivocada y acabamos donde no había señal. Afortunadamente teníamos tiempo de sobra, yo había planeado llegar una hora antes de la cita. Me estacioné, paré a un taxi y le pedí que fuera al laboratorio mientras yo lo seguía. A medio camino el GPS empezó a funcionar así que le pague de ventana a ventana y nos seguimos solos.


La gringa del GPS nos hizo reír un buen rato. Yo trataba de recordar la pronunciación de las calles para platicarles pero lo única que recuerdo es cuando dijo “Dar vuelta a la derecha en David Alfaro si quieros” ¡Claro que queremos! Carcajadas.


Entre la cita en la resonancia magnética y la cita con el neurólogo había programado 3 horas, así que fuimos a comer a “Super Antojitos” que es una cadena que vale la pena visitar. Llegamos y vimos una larga cola para entrar. Junto estaba Sanborns, sin cola. Como no había mucho tiempo entramos al changarro de Carlitos. Después de varias bromas sobre Slim y como debe ser muy codo para ser tan rico, llegaron mis enchiladas suizas sin frijolitos. Célida pidió chile relleno y Ana una pasta a la mexicana. No es la mejor comida del mundo pero después el fiasco de Toks nos pareció bastante buena. Los empleados todos amables y listos con la sonrisa ante mis malos chistes.


El neurólogo, doctor Navarrete, nos pareció excelente. Mencionó por ahí que los gringos están a la vanguardia, le dije que a la vanguardia de hacer dinero sí, pero no a la vanguardia de hacer que el paciente se sienta bien. Me explicó todo con calma. Una vez que supe que todo estaba bien le pregunté si mis hijas podían escuchar. Les sacó modelos del cerebro, les explicó las radiografías y las hizo sentir muy bien. Bromeamos con él (mis hijas van aprendiendo a seguir mis bromas) y salimos comentando que había sido una experiencia excelente.


Del doctor a la farmacia donde me inyectaron y mis hijas compraron cosas para el acné. De ahí con el fisioterapeuta, Dr. Yael Espeleta, otra maravilla. Les enseñó a mis hijas como darme masaje y a mí cómo hacer ejercicios. Voy a tener que verlo una vez por semana. Amable, sonriente y dispuesto a responder todas las preguntas y hasta a entrarle a las bromas, algunas de las cuales tuve que explicar para que mis hijas se pudieran reír.


Había que hacer tiempo para que la cruzada no fuera tan lenta. Acabamos en otro Sanborns donde había música en vivo. Tan pronto llegó el cantante le pedí algo de Sabina, cantó “19 días y 500 noches”. Mis hijas pidieron mojitos, Ana me sorprendió pidiéndolo con alcohol. Yo no podía tomar nada, Célida como de costumbre, no se acabó el suyo. Después de Sabina le pidieron canciones del Buki y de Juan Gabriel y nosotros decidimos retirarnos.


No tengo nada contra el Buki o Juanga, pero me gustan más los poemas hechos canciones. Después de oír “De pronto me vi, Como un perro de nadie, Ladrando, a las puertas del cielo”. Escuché “Será mañana, o pasado mañana, El lunes o el martes”. Y me dije, esto no es lo mío.


La música es un detonador potente de recuerdos. Otros parroquianos y sobre todo parroquianas se alborotaron y cantaron la  de Juan Gabriel, tal vez con un par de güisquis lo hubiera disfrutado más. No es elitismo, es preferencia.


Regreso a casa. Otra vez el GPS no respondió lo suficientemente rápido y acabamos en un barrio medio tenebroso, afortunadamente la gringa nos siguió dando instrucciones cómicas para regresar al buen camino.


Ahora hay algo que se llama “Ready Lane” los señalamientos no son claros, alguna vez me metí por donde no debía y no quería volver a hacerlo. Mis hijas preguntaron desde la ventana y nos dijeron que íbamos bien. Al parecer son carriles para ciudadanos y residentes de los Estados Unidos más rápidos que los dedicados a nuestros paisanos. Tardamos una hora y diez minutos en pasar, mucho más rápido que otras veces.


La experiencia, en general, fue muy buena. Mis hijas se asombraron de cuánto más prestan atención los doctores a los pacientes en México que en EEUU donde la enfermera hace todas las preguntas y el doctor se pasa no más de 15 minutos con cada paciente. Disfrutaron la comida (Célida dijo que sólo de ver el menú se le hacía agua la boca) y los mojitos. Los paisanos como siempre, amables. Lo único que no les gustó fue el tráfico y la forma de manejar, un poco salvaje, les dije que manejan así para hacer nuestras visitas más emocionantes.

Después de publicar la nota recordé lo más importante: lo que dijo el doctor. En mi caso la parálisis fue causada por un virus. Ningún virus interesante como ébola. Un virusito humilde puede entrar por la nariz, la boca y hasta los oídos y llegar a el nervio que conecta la cara con el cerebro. Se trata con un antiviral. Confirmó que lo que me recetó la doctora gringa fue lo adecuado. Hay que hacer terapia física para que no queden rastros del daño, también hay que armarse de paciencia porque puede tardar hasta dos meses en sanar.


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