¡Viene con la mamá! (Cuento)

¡Viene con la mamá!


No podía levantarse de la mesa, no había forma de ocultar la erección, menos con este pantalón de lino... ¿A quién se le ocurre? ¡Pantalón de lino! Solo verla acercarse… ¿Cómo saludarla? ¿Cómo abrazarla sin hacer obvia la excitación? ¡Piensa en otra cosa! ¿Cómo pensar en otra cosa?


Recordó claramente haber tomado un pantalón de mezclilla esa mañana y haberse decidido en el último momento por el de lino blanco pal calor. Una vez más, la primera decisión había sido la correcta, historia repetida. Tomó la guayabera blanca pero la recordó diciendo solo te faltan los botines, el paliacate rojo y el sombrero de palma pa completar el traje de jarocho con la sonrisa de quien se sabe incapacitada para ofender.


Fiel a su promesa de nunca hacerla esperar, había llegado temprano al Portal, lugar donde los arcos definen los espacios. Arcos muy españoles, de una España muy mora. Una morería que descendientes de conquistadores se negarían a aceptar.


Su única defensa era el mantel blanco, largo, sobre el que se monta el otro, el cuadrado, rojo oscuro en dirección contraria a la mesa, como juego de rombos que se complementan y se pelean mesa tras mesa en la monotonía de sopor del verano Jarocho. Se preguntó si los manteles siempre serían rojos, no pudo recordar que en otra ocasión se había preguntado si los manteles siempre serían azules.


El piano tropical que es la orquesta de una marimba interpretaba Veracruz. Como si la música de Agustín Lara hubiera sido escrita para marimba o como si la marimba hubiera sido hecha para tocar la música de Agustín.


Le pareció verlas salir del teatro Pedro Díaz, cosa imposible a esta hora. De su compendio personal de información inútil, recordó haber leído que inauguraron el teatro con la zarzuela Tempestad, dato que siempre consideró irónico dado que la lluvia en Córdoba era casi siempre un fino barniz de losetas.


Traía el vestido blanco, de manta, blanco hueso, bordado de blanco seda, blanco sobre blanco, mi vestido de blancura virginal, la recordó diciendo. Nunca entendió aquello de blancura virginal. ¿Qué tenía que ver el blanco con la virginidad? En todo caso le gustaba el vestido pero no por la blancura virginal.


Más de una vez le había escuchado decir que le iba a presentar a la mamá. Sí. La respuesta era siempre sí. Era una guerra perdida, ella podía atarle una correa y pasearlo por el Portal. ¿Cómo decir que no? ¿Cómo dejar de repetir sí, sí, sí?


Piensa en otra cosa se repitió, piensa en los treinta fundadores de a caballo, piensa en Juan José Rafael Teodomiro, los cuatro nombres del último virrey que usó la pluma en este mismo portal. ¡Piensa en Juan José Rafael Teodomiro!


Aun a la distancia alcanzó a distinguir la pulsera blanca que le compró en el puerto. ¿Habrá blanco irisado? La pulsera era el aderezo perfecto de la mano que más de una vez, convertida en pececito travieso, había nadado bajo el mantel, provocando la sonrisa cómplice de algún mesero.


Piensa en otra cosa, piensa en la mamá… ¡Piensa en la mamá, carajo!


La señora, un poco más cerca, resultó una revelación… Era fácil entender de dónde había heredado el andar que más que caminar es baile, como si escucharan la misma música, un ritmo secreto que llegó de Cuba y no se detuvo en el puerto.  


¡No pienses en la madre, no pienses en la madre, carajo!


-Muy buenas tardes, señora…

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