El Gabo mexicano


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El Gabo es el Gabo. Es un cabrón, un hermano mayor, un amigo. Ya no está con nosotros pero sigue estando.

Los colombianos piensan que el Gabo es suyo y sí, es de ellos, pero también es nuestro. El Gabo es colombiano pero también mexicano, tan mexicano como el carnicero que les fiaba a los García Márquez mientras el Gabo escribía todos los días.

La idea de Cien años de Soledad surgió en camino a nuestro Acapulco. ¿Qué puede ser más mexicano que vacacionar en Acapulco?

El Gabo es mexicano y colombiano pero también argentino. Hasta allá mandó la mitad de su novela (no tenía con que mandarla toda) y ahí se publicó la primera edición.

Mexicano, colombiano, argentino y panameño. En panamá vivía su gran amigo Omar Torrijos. Panameño y cubano. Amigo de la revolución y de Fidel. Nicaragüense y peruano, venezolano y chileno.

El Gabo es colombiano. El Gabo es latinoamericano, de la América nuestra, la sabrosa, la caliente. La que todavía no encuentra el camino, pero sigue buscando sin perder la esperanza. La de las mulatas y los indios y el tabaco y el ron.

Hay quien dice que el Gabo es universal. Universal no, Latinoamericano. El Gabo escribió la ventana por donde los sajones y los cosacos se pueden asomar a  nuestra casa, nuestra América, y tratar de entendernos, volverse latinos por unas horas.

Se cumplen 50 años de que en la ciudad de México el Gabo escribiera la última página de nuestra novela.

¿Cómo celebrar en un país en que el presidente no lee? ¿Cómo hacer la fiesta, la fiesta grande que nuestra novela grande requiere?

No hay de otra, hay que leer. Leer y releer y volver a disfrutar y compartir y pedirle a los jóvenes que se dejen de pendejadas y brinquen en el tornado en el que nosotros también brincamos alguna vez con la inocencia de la primera vez.

Para los que nunca han vivido el gozo de Cien Años de Soledad, va un párrafo… ¡para que se animen!

Días después, Pilar lo tocó con más libertad y lo invitó a buscarla por la noche. Ya en la oscuridad “se dejó llevar a un lugar sin formas donde le quitaron la ropa y lo zarandearon como un costal de papas y lo voltearon al derecho y al revés, en una oscuridad insondable en la que le sobraban los brazos”.



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