Notas de un fin de semana en el Imperio

I.
Mi tropa vino a California, mi compadre y su familia, gente a la que quiero mucho. Los recogí en casa de un Obispo anglicano, pariente de la mujer de mi compadre. Nos invitó un buen vino, yo les invité dos botellas de champagne y el remató con un Tequila excepcional.

A pesar de mi muy mala fama, supe comportarme, no me puse a explicar que Dios no existe, aun así, expresé dos o tres ideas de mi liberalismo ateo, que mi compadre ayudó a suavizar para que yo no me viera tan agresivo. Experiencia interesante. Aprendiendo a ser un poco más tolerante con la intolerancia.


De ahí nos fuimos al bar de puros donde tengo amigos y donde compartimos fotos, tragos, sonrisas y muchas carcajadas.


Por algo los poetas hacen odas a la amistad, es la sal de la vida. Ver a un amigo después de años es un evento extraordinario. Nos recuerda quienes somos, donde estuvimos y hacia donde vamos, nos hace entender mejor, un poco, la puta vida.

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II.
Yo soy bueno para caminar… un ratito. El resto de la tropa parece que quiere romper alguna clase de récord.


Venice Beach es centro de reunión de drogadictos y bohemios, artistas incomprendidos etc.
Después de comer, acompañé a la tropa a caminar unos 10 metros. Ahí me estacioné y los vi partir.

Para entretenerme, aparte del puro obligatorio, platiqué con unos negros que vendían camisetas y calcetines con la hoja de marihuana y visité dos lugares de tatuajes.


Se me antojó hacerme un tatuaje, el problema era decidir de qué. ¿León? ¿Chango? ¿Serpiente?, ningún diseño me acomodó, gaviotas volando… nada interesante, nada que me pudiera animar.

Más tarde, cuando la tropa regresó, les platiqué que no había nada que me hubiera gustado tatuarme, excepto, tal vez, al Gabo o a sus mariposas amarillas.


Mucho más tarde, y después de cinco “Mulas moscovitas” que es una bebida de vodka con cerveza de jengibre, se me iluminó una parte del cerebro: “El Quijote de Picasso”. Ya era demasiado tarde (afortunadamente).

Tal vez un día…


III.
El Jazz es uno de mis gustos, o al menos CREO que es uno de mis gustos.


Me gusta “Toma cinco”, toda variación sobre sambas, Sinatra, Louis Armstrong y Ella Fitzgerald.

Normalmente escucho NPR que es Radio Pública Nacional, todo tipo de entrevistas y comentarios, un poco de política y un poco de cultura, muy ameno. Pero cuando el tema de plano no me interesa, cambio a Jazz FM, donde normalmente encuentro algo bueno.


Mi compadre quería ir a un bar de jazz. Fuimos al “Blue Whale” o Ballena Azul. No un bar en el sentido tradicional de la palabra, más bien un “teatro” de jazz. Las sillas están acomodadas viendo hacia el escenario, no hay mesas pero si hay bar. Uno tiene que ir al bar y regresar a su asiento con bebidas. Yo me aventé el viajecito varias veces.


Al parecer toda la tropa disfrutó mucho del concierto. Todos, excepto yo. Era un jazz muy jazz. De esos donde todo es improvisación y variaciones sobre temas desconocidos. No digo que odie el concierto pero, no es algo a lo que me gustaría regresar.

No me gusta el jazz jazz. Cosas de las que se entera uno saliendo un poco.

IV.
Mi compadre, no entiende de la solidaridad entre los latinos y los negros oprimidos, ambos, por el hombre blanco.

Un negro me dió su disco de Reggae de regalo, me lo autografió y, al final, yo le regalé 10 dólares.

Según mi compadre, COMPRÉ un disco chafa en 10 dólares, opinión de quien no sabe mucho de transacciones intangibles. Por más que traté de explicarle que fueron DOS eventos diferentes, el regalo del disco y el regalo de la lana, el, nomás no entendió y siguió con sus burlas.

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V.
Mi ahijada tiene un pretendiente. Me cayó bien el chaval, pero… había que darle lata un rato.

Voló de San Francisco y nos alcanzó en el bar de puros. Yo le pedí al que cuida la puerta que lo fregara un poco.

Llegó, muy quitado de la pena con una camiseta, entró al lobby y mi cuate le dijo: “Lo siento, aquí no se puede entrar sin camisa.”  Gustos que se puede dar uno cuando se tienen cuates… je je

VI.
Fuimos al “Mall” de Brea con la intención de comprar regalos. Yo los acompañé un rato y de plano me salí para echarme un puro, y es que, como le decía a mi compadre, no hay nada que realmente se me antoje del “mall”. La primera vez que anduve curioseando, la pasé bien. La segunda menos bien, y ya para la tercera no tenía ganas de ir.

Lo mismo pasa con los autoservicios, cuando llegué y descubrí que en lugar de “pan blanco y pan de trigo” había 458 diferentes tipos de pan, me gustaba curiosear y comprar cosas que no había probado. El gusto me duró un par de meses, después de eso, no hay nada más que curiosear. Normalmente mi mujer es la que hace las compras y las raras veces que lo hago yo, agarro lo que necesito y me salgo.

Con sincronización casi perfecta, la tropa salió cuando yo terminaba mi puro, venían con las manos vacías. Un poco diciendo: “No hubo nada que nos llamara mucho la atención”.

Los “Malles” siempre están llenos. Gente buscando “baratas” o simplemente admirando aparadores, me dió gusto saber que mi tropa no es de ese tipo de gente.

VII.
Por si hubiera alguna duda de cuanto quiero a mi tropa va la siguiente anécdota:

Para caminar, yo soy el más lento, pero como ellos “curiosean” más que yo, a veces les gano. Fue el caso del bar de Jazz Blue Whale, llegué unos cinco minutos antes de que comenzara el concierto, la tropa venía muy atrás porque se detuvieron a comprar tés. Me siento y abrazo asientos delante mío suficientes para todos. Se acerca una japonesita que más que japonesa parecía ángel oriental. No como las vacas cuyas fotos mis amigos comparten en el chat sino… no me quiero alargar mucho con la descripción, baste decir que… apenas en sueños.

Llega la japonesita y se sienta junto a mí. Lo siento, le dije este asiento está reservado para mi tropa. La cara de tristeza profunda lo dijo todo: “Pero señor, yo quiero sentarme contigo”… yo, inflexible la mandé a un asiento cercano desde donde continuó echándome miradas que yo, y solo yo, supe interpretar…

VIII.
La tropa es curiosa, y tenía ganas de ver cómo vive el 1%.

Nos detuvimos en “Rodeo Drive”, conocida como “la calle más cara del mundo”. Es el hogar de Chanel, Gucci, Dior, Piaget y tantos otros.

Mi conciencia de clase me había impedido visitar el lugar en los veinte años que tengo viviendo en el imperio, así que, compartiendo la curiosidad con la tropa, le entramos a la exploración.

En una tienda al azar nos metimos a preguntar, había una gabardina dos-tres que se vendía por tan sólo dos mil cien dólares (no la tenían en mi talla así que tuve que abstenerme). Un vestido sencillo, como para mi hija Ana, costaba mil setecientos dólares pero no lo tenían en azul que es su color favorito.

Muchos turistas, gente de todo el mundo. Lamborghinis, Porsches y otros muchos carros interesantes pero, me imagino, muy incómodos, completaron el cuadro.

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