Segundo fin de semana en el Imperio
Durante 5 días, las tropas avanzaron hacia el norte, hasta la ciudad de San Francisco, con la consigna de reportar el comportamiento de los San Franciscanos ¿queños? ¿quenses? ¿quinos? y las bondades de la ciudad.
Las fotos llegaban a cuentagotas, el servicio de Wi-Fi no está disponible en todos lados. Llegaron fotos de las tropas frente al edificio de Google, frente al puente Golden Gate, frente a un mural espectacular en diversos tonos de gris del icono mexicano Carlos Santana y en el cuartel general de UBER. También llegaron fotos de «Castro» que es, probablemente, el barrio más Gay del mundo y del «Chinatown» que es donde se concentra la población de origen Chino y donde me compraron una mochilita para mis puros con la imagen de Mao.
San Francisco es una maravilla, decían los pies de foto. El reporte en general, hablaba de una ciudad de gente amable, liberal y progresista. Los resultados de las elecciones por ahí muestran una derrota apabullante del antes magnate y ahora (tristemente) presidente. Las dos mega-compañías del siglo XXI, Google y Apple, decidieron hacer de San Francisco el hogar desde el cual lanzan constantemente los artefactos con los que deslumbran al mundo.
El arma secreta de la tecnología en los Estados Unidos es la visa H1B, mediante la cual «importan» talento de todo el mundo. La reciente ola anti-inmigrante encabezada por el ahora presidente, hace que los gigantes tecnológicos teman que se les corte el suministro de talento fresco. De continuar con una política tan ciega, los próximos «Sillicon Valley» podrán surgir en la India o en China.
El viernes llegaron refuerzos de México, mi hermana muy querida y mi sobrino, joyero muy talentoso. Lo primero que hicimos fue llevar a mi sobrino a un taller automotriz donde hacen y venden motores VW. El tiene una Brasilia que es considerada auto clásico y puede circular todos los días en la ciudad capital. El motor resultó un poco más caro de lo pensado, catorce mil dólares. Mi sobrino decidió que la Brasilia puede esperar.
En compañía de mis hijas, que quieren mucho a su tía y medio muertos de hambre llegamos a un restaurante italiano donde las porciones explican, en gran medida el sobrepeso que sufren muchos estadounidenses. Al final quedamos tan llenos que pedimos un postre con 5 cucharas y aún así, no pudimos acabarlo.
Resulta que a mi sobrino le gusta fumar y yo que no necesito cosquillas para reírme, sugerí ir al bar de puros. Platicamos de la familia, recordamos a mi cuñado que ya no está con nosotros y disfrutamos buenos puros y mejor ron. Mi sobrino no dejaba de comentar que le gustaría ser dueño de un bar así. Como no está permitido fumar en lugares públicos, el bar de puros es un «Club» del que yo soy miembro.
Las tropas provenientes de San Francisco llegaron a las once de la noche. El «Airbnb» que habían apartado (y pagado) resultó ser una estafa. En la dirección de la supuesta casa rentada estaba un hotel. Al final, con estafa o sin estafa, llegaron con bien, que es lo importante.
Al día siguiente, cansados y sufriendo un poco lo que los colombianos llaman «Guayabo», los españoles «Resaca» y los mexicanos «Cruda», nos fuimos a desayunar. El desayuno lo iniciamos casi a la misma hora en que los gringos comen lo que ellos llaman «Lunch». La sobremesa duró un buen rato en el que mi hermana deslumbró con su encanto. Mis sobrinas repitieron varias veces qué tan bien les había caído.
Mi sobrino nos mostró fotos de sus creaciones artísticas y también de su creación más importante: Lander, su primer hijo. Descrito por todas las mujeres como «Hermoso». Ante cada foto del bebé de 6 semanas, la misma respuesta de las féminas: Aaahhh, aaahhh, aaahhh, aaahhh.
Como todo lo bueno se acaba, mi hermana y mi sobrino tuvieron que partir. Tardamos una hora en despedidas y recomendaciones, besos y promesas de vernos pronto… ojalá.
A la hora de la cena fuimos a un restaurante que tiene fama de tener más cervezas de barril que ninguno otro en la unión americana. Con un menú de cervezas que abarca cinco páginas, mi ahijada pidió «Snake bite» o mordida de serpiente, que es una combinación de Stout, cerveza muy oscura y sidra. Yo me decidí por «Black and tan» o negra y morena, combinación de Stout y Pale Ale. Mi compadre decidió que el paraíso de las cervezas es un buen lugar para pedir vino Chardonnay…
Al final, las mujeres, muy cansadas se retiraron, y mi compadre y yo nos dirigimos nuevamente al bar de puros, donde tuvimos una muy larga y muy memorable conversación sobre la vida que nos tocó vivir y compartir un poco.
Los gringos no saben seguir la pachanga como los mexicanos. A las dos de la mañana cierran todos los bares. Tomamos un taxi para que al día siguiente nos regañaran por no llamar un Uber.
El domingo, con un verdadero «Guayabazo», nos levantamos tarde, muy tarde. Nos dirigimos a lo que fue descrito como «El mejor restaurante del condado de Orange» con alguna razón. La comida, espectacular, incluyó ostiones Rockefeller, Cioppino que es una especie de chilpachole de mariscos de origen italiano, filetes mingón y pescado en salsa de pistaches. Los postres (pedimos 3 para compartir), incluyeron una nieve flameada. Como nos sentamos en el patio, pude disfrutar de dos puros con la sobremesa que se alargó mucho porque mi compadre compró juguete nuevo: un celular del que no podía despegar los ojos.
El servicio en el restaurante es excepcional, el mesero nos habló de vacas a las que les dan masajes en Argentina, y de máquinas que limpian pescado fresco, de vinos italianos y de quesos suizos, pero lo más interesante fue escuchar sobre quienes hacen todo esto posible: desde el Chef salvadoreño hasta el más humilde lavaplatos mexicano, son nuestros hermanos latinos los que mueven la maquinaria culinaria de los Estados Unidos.
Frente a un letrero gigante con el nombre de la ciudad: «BREA» que está en el «CONDADO DE ORANGE». Mi compadre utilizó su teléfono nuevo para hablar a Córdoba y decir que estaba en…. «LOS ANGELES».
Mi ahijada quería ir a «Yogurtland» y ahí te vamos, yo no tenía espacio para nada, ni para un muy saludable yogurt. Frente a «Yogurtland» estaba una tienda de 99 centavos donde se dio el incidente del robo del carrito.
Las tiendas de 99 centavos se pueden describir como el paraíso de los «chunches» uno entra ahí sin la menor idea de que va a comprar y acaba con muchos artículos que andarán rondando por la casa mientras uno se pregunta ¿Cómo se me ocurrió comprar eso?
Yo, siempre en la retaguardia de las tropas que avanzan muy rápido, iba empujando el carrito. Por momentos nos deteníamos a comentar sobre algún artículo y a bromear, las carcajadas se oían en toda la tienda. Después de empujar el carrito unos 15 minutos y al detenernos, me di cuenta de que alguien traía «otro» carrito.
Resultó que yo le había robado su carrito a alguien que lo tenía a medio llenar y por eso acabamos con dos carritos. En lugar de darme pena, me dio risa, mucha risa. Abandone el carrito robado con la esperanza de que el dueño lo encontrara y procedí a empujar «nuestro» carrito.
Las despedidas son tristes, normalmente mi compadre, mi ahijada y yo hacemos muchas bromas para aminorar la tristeza. Mari, la mujer de mi compadre es dueña no sólo de una inteligencia excepcional sino además, de una simpatía natural que hace que uno la quiera a la primera. Cami, su hija, es la mujer más tierna que uno se pueda imaginar, me mandó un texto increíble desde el Uber en que se retiraron que casi me hizo llorar.
Espero no haber decepcionado a las tropas colombianas ni a las mexicanas, y que regresen pronto. Yo por lo pronto, me pongo a ahorrar para visitarlos….
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