Los arribos, las llegadas, los aterrizajes.


Después de 20 años de vivir en estos Estados Unidos algunos amigos me llaman gringo, un poco de razón tienen, uno se adapta a las costumbres de su entorno y, como por lo general, he tenido la suerte de convivir con gente buena, a veces me siento un poco estadounidense. Un poco.

Las cosas cambiaron cuando el patán tomó posesión de la Casa Blanca. La elección fue día de emociones encontradas, enojo, tristeza, depresión.

Han pasado varios meses, las noticias parecen sacadas de episodios de la dimensión desconocida paro los efectos completos de la administración Trump todavía no se sienten, se ven venir, pero aun no llegan. Les han llegado a otros, a los más necesitados, a los más humildes.

Volar desde Houston a la ciudad de México y desde nuestra capital a Los Ángeles fue una experiencia digna de contar.

Llego a México, muy cansado. Viaje Los Ángeles-Houston, Houston-CDMX. Abandono el avión con muchas ganas de llenar los pulmones del aire contaminado de mi tierra. Un pasillo, otro pasillo, otro pasillo, cola para mostrar documentos. Busco en el bolsillo de mi chamarra y no encuentro el pasaporte, repito la operación unas cinco veces, bolsillos traseros del pantalón, delanteros, bolsillos de la camisa y de la chamarra, otra vez, chamarra, camisa, pantalón y pantalón, chamarra, camisa.

Alguien a quien no le hayan pasado la mitad de las cosas que me han pasado a mí, estaría muy preocupado, yo, distraído como soy, y con larga historia de olvidos y pérdidas no me inmuto.

Señorita, no encuentro mi pasaporte le digo sonriendo, pero usted nada más va a ver el nopal que traigo en la frente y me va a dejar pasar. ¿Dónde nació? Pues, ¿Dónde va a ser? En México. Si, ¿pero en qué estado? Sonora, Sonora querida tierra consentida le digo sin dejar la sonrisa. Espere un momento la escucho decir mientras emprende la marcha rumbo a vaya usted a saber dónde. Regresa ahora acompañada de un tipo de aspecto serio, me preocupo un poco, muy poco.  

Toma todos mis datos, y se retira con rumbo desconocido, regresa y me dice que no encuentra mi CURP. Le digo que eso de las CURP es para gente joven, que en mis tiempos se llamaba RFC y que yo no tengo CURP, pero, me gusta repetirlo, con el nopal que traigo en la frente debe bastar. Medio me sonríe, ya es progreso, se vuelve a retirar.

Regresa, todos los pasajeros pasaron la aduana, ahora estoy solo con la señorita, me preocupo un poco más, pero no mucho.

Regresa y me pide alguna otra identificación le enseño mi licencia de California y mi tarjeta verde. Ahí dice que soy mexicano, me sonríe otra vez. Pásele. Gracias.

Del recorrido relámpago México-Puebla-Córdoba platico en otra nota. Experiencias inolvidables, reuniones con familia y amigos.

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Vuelta a la tierra del patán. Cansado, duermo buena parte del viaje, despierto cuando empezamos a descender, alcanzo a ver desde la ventanilla las luces interminables del sur de California, siento una pequeña angustia, recuerdo que el nopal de la frente no va a ser bien recibido.

No es angustia, esa vendría después, pero si es una pequeña incomodidad de saber que va uno a entrar a otro país, otro país que ya era propio pero que, de alguna manera dejó de serlo.

Ahora todo es automatizado, escanea uno los documentos, las huellas digitales, la retina, la tarjeta verde no la lee la máquina, le intento 5, 6 veces, por fin la lee. Me da un papel con una equis sobre mi cara, dice la maquina que tengo que ver al agente aduanal.

El agente aduanal debe ser mudo o tener dolor de garganta porque nunca abrió la boca, a señas me dice que ponga mis dedos sobre la lectora de huellas digitales, dos veces. Mis ojos tienen que ver al lector de retinas, nada. Me pide que lo siga a una oficina grande. Debemos ser 6 o 7 personas donde hay sillas para unas 50. Le hablo a mi hija para decirle que va a tener que esperar. Me gritan que no debo usar el teléfono, me preguntan si no he leído los 20 carteles que prohíben su uso.

Esperar, 15 o 20 minutos, algunos salen por una puerta otros por otra. Minutos largos donde me pregunto qué habré hecho mal. ¿Será la ultima multa de tránsito que no pagué? No puede ser. ¿Cuál será el problema? ¿El nopal en mi frente?

Me llaman, me entregan el mismo papel de la máquina, con mi foto, esta vez sin la equis. Me dicen que camine por un pasillo. No se si voy de regreso a México o a ver a mi hija. Tengo muchas ganas de ir al baño. Un afroamericano alto, me pide el papel, se lo doy, me dice que camine por otro pasillo, es la salida, le pregunto que pasó, ¿Por qué me detuvieron? No me contesta, vuelve a apuntar al pasillo y me dice que camine por ahí.

Salgo. Mi hija me espera.




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