Dos crónicas chilangas…

Del viaje de ida no hay mucho que reportar, la única sorpresa fue recibir un mensaje de texto de mis hijas diciendo que me habían depositado dinero para que me comprara un regalo. Orgullo de esos que hacen que uno no quepa en el avión. Además de seguir en la Universidad, ahora trabajan de maestras con bebés... Para platicar de mis hijas necesito un libro, así que mejor me dedico a comentar sobre el viaje.

Llego al aeropuerto sin contratiempos, salgo a fumar un puro, platico con una austriaca que se asombra de que estoy fumando bajo el letrero de “no fumar” …

Viaje en taxi por una ciudad húmeda, de lluvia suave, alguien con más talento que yo hablaría de cómo se quiere a esta ciudad en la región más transparente del aire… yo solo pienso que así me gusta, mojadita, sabrosita, quiero pensar algo para escribir más tarde y acabo pensando en la canción de “Así me gustas México” …  El taxista dice esperar cambios con la nueva administración, es una constante casi absoluta, no esperan magia, pero tienen fe en que, aunque sea poco, las cosas van a cambiar.

La fiesta a la que llegué fue organizada por Gaby, mujer de grandes talentos entre los cuales hay que subrayar un humor cáustico que hace brotar carcajadas a su alrededor.

En el edificio de departamentos donde vivo --cuenta Gabi--, no hay mucho espacio para estacionar invitados, como había que meter en algún lado la combi con los trastos para la paella, el portero ayudó preguntándole a uno de los residentes (que no tiene carro) si podíamos ocupar su espacio. La respuesta llegó casi de inmediato: ¡absolutamente!

Usando música de mariachi como guía, llego a la terraza donde, bajo un toldo blanco, hay una mesa llena de conocidos y desconocidos. ¡Luis! Tania, mi ahijada me abraza y hasta llora un poco, yo como buen macho mexicano, dejó las lágrimas atoradas en la garganta mientras le doy un abrazo largo. El motivo de la fiesta es la graduación de Tania quien siempre me presenta como su “segundo padre”.

¡A subir trastos! Cual no sería mi sorpresa --sigue Gaby-- al encontrarme a un negro, bailando salsa con un grupo de paisanos. Pérenme tantito, les digo, yo aparté este lugar para tener una fiesta. El negro, muy educado él, mueve su ensayo a otra parte de la terraza.

Entre abrazos y presentaciones se fue la primera hora de la fiesta, mi compadre había traído unos puros cubanos que seguramente metió al horno para deshidratarlos por que se deshacían al tratar de prenderlos. Saco mis puritos hondureños con la felicidad de quien no está acostumbrado a reuniones en las que se pueda fumar…  al final… ¡Esto es México señores!

Al negro y a su grupo hay que estarlos moviendo conforme vamos ocupando el espacio con sillas y mesas y el bar en el que no caben las botellas de todos los colores que uno pensaría que nunca se van a acabar… Al final, acaban abandonando la terraza para ir a practicar vaya usted a saber dónde.

Mi compadre vino de Colombia con su mujer, la mamá de Tania también vino a la fiesta, yo no dejo de abrazar a mujeres que, de alguna manera, han encontrado el secreto para verse mejor conforme pasa el tiempo. Abrazos fuertes. Alguien más cursi que yo diría que “con el corazón en la garganta” después de tanto tiempo de no verlas. Tania me presenta a Gaby, me había platicado mucho de ella y al parecer, también le platicó a ella mucho de mí.

Llegan los mariachis, el elevador es pequeño, pero, para que la música sea sorpresa tienen que llegar todos al mismo tiempo. Les pregunto si creen que vamos a caber… ¡Claro! Ahí te voy, con ocho mariachis, 7 regulares y uno medio panzón que, no puede ser de otra forma, lleva el guitarrón.

Los amigos… ¡los amigos! Platico con Alberto, de quien no he tenido noticia por que le tiene miedo a los dispositivos electrónicos y se niega a vivir en este siglo nuestro de maravillas tecnológicas.

El elevador se detiene entre los pisos 3 y 4, el terror me invade, al parecer, los mariachis han estado en situaciones semejantes más de una vez, ellos ríen mientras yo aprieto todos los botones… al final la puerta se abre, abajo el tercer piso, arriba el cuarto piso ¡con el negro bailando!...

Amado, buen amigo y hermano de mi compadre es muy religioso y la plática tenía que caer en mi ateísmo a ultranza… al final el dirá que me dio una “revolquiza”, yo diré que no tenía muchas ganas de pelear y si, muchas de abrazar a todo el mundo y de seguir la fiesta.

El negro, que resultó ser un bailarín inglés, es el dueño del departamento cuyo estacionamiento ocupamos para la combi… el elevador bajó tres pisos en caída libre y lo único que podía pensar es que íbamos a tener que ir en dos grupos y la sorpresa se iba a arruinar…

Vaya usted a saber a qué hora terminó la fiesta, no se como voy a platicarles a mis amigos gringos que no tienen idea de lo que es una pachanga con mariachi en la región más transparente. Las aventuras del mariachi, el elevador y el negro me hicieron llorar de la risa, obviamente no tengo el talento suficiente para describir la anécdota, pero bueno, hice lo que pude.




Comentarios

  1. El de la fotografía es el inconmensurable Albergó Delgado?, si es así rejuveneció el cabrón. El otro por supuesto es Rafael.

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas populares